Cuchilla afilada transforma sus piernas
de troncos recios y peludos a delicadas
y finas líneas blanquecinas, eternas
carreteras perfectas, enfundadas.
Enfundadas en medias al tacto suaves,
oscuras con encaje, a muslo abrazadas
y rozando al paso de sus andares,
entre pedicura y cadera acariciada.
Blusa y minifalda cubriendo torso y caderas
suaves como la seda, rozan piel desnuda
y estremecen al perro, estremeciendo entera
su mente, débil y vacía, pura (o puta).
Pies en tacones con candado, preparados
para el andar torpe del perro novato.
Tacones brillantes, finos, decorados
para los pies de aquel bienamado.
Y excitación ante la sonrisa de María,
de rodillas a sus pies con la mirada gacha.
Con sus propios tacones acaricia, impía,
el bulto entre las piernas de perra domada.
"Estás preciosa", susurran sus labios
y gimotea sumisa la perra amaestrada.
Y oscura mancha líquida en uno y varios
encajes que cubren herramienta inutilizada.
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