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9 de enero de 2017

Manos frías, corazón caliente. ¿O era al revés?
Qué más da ya, si tus manos erizan cada parte de mi ser y tus latidos marcan el compás de esta -nuestra- efímera existencia como una sola cosa.
El baile sin fin, al menos de momento, comienza en la pista horizontal, un territorio más que conocido para ambos.
Las sábanas acaban por los suelos, haciendo compañía a la ropa desplazada por el frenesí, y dejándonos con la mejor vestimenta del mundo, la piel.
Tus dedos, pese a que conocen de sobra todos y cada uno de mis caminos, se toman su tiempo, jugando, sintiendo, siendo pacientes mientras hacen que todo tu interior, y el mío también, se retuerzan de ganas en busca de más acción, pues hemos venido a jugar y nada va a detenernos ya.
Mis labios se adhieren a los tuyos saboreando la mejor y más dulce de las mieles, tu aroma, tu aliento, tú.
Carreras a contrarreloj por tomar el mando se suceden mientras los muelles chirrían acompañando cual melodía natural al toma y daca de nuestros cuerpos.
El éxtasis lo cubre todo, y tu sonrisa jadeante acompaña a la mía, dejando entrever tu satisfacción por el trabajo bien realizado.
Ninguno de los dos fuma, por lo que el cigarrillo de después se transforma en una escueta charla que termina de demostrar que nuestra forma de comunicarnos es piel con piel y no con palabras.
El cansancio nos vence y cada uno se gira a su lado, las -antaño pasionales- cenizas ya no son más que polvo de ese que barres bajo la alfombra de la incierta indiferencia.

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