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14 de noviembre de 2017

Sabes como le debió saber a Eva el fruto prohibido: anhelada gloria, pecado, excesos, frenesí. Una explosión de emociones y sensaciones en la boca que esperaba en silencio al momento oportuno.
Y yo, que celosamente guardaba el oscuro deseo de tocarte, moría de ganas por acelerar el tiempo hasta el instante en que te probase.
Como ya dijo un tal Ángel: como los panaderos, con la boca. Y ya de paso, poder amasar tu cuerpo con mis manos, calentando tu suave piel donde mis dedos ávidos te recorriesen.
Quizá tratamos de jugar a ser diosas y dirigir los acontecimientos a merced de nuestros deseos: la una moviéndose cauta, la otra buscando el salto temporal que cambiase de realidad.
Real es que acabé con mi lengua entre tus piernas y empecé por volverte compartida ya que, si bien no puedo poseerte, al menos puedo unirme contigo unos segundos como si fuésemos una sola.
Sabes, mi diosa, que no busco que seas mía y sólo disfruto cuando, libre como el viento, vienes a mí y me rozas la piel con tu aliento norte dirigido hacia el centro de mis tempestades.
Ahora deseo que se abra el cielo y llueva sobre mojado, que el mar avance garganta abajo e inhunde todo el fuego que anula mi consciencia.
Enredar mi lengua a la tuya como alga en la roca y arquearme sobre tus piernas a cuenta gotas, contando las contracciones también, y los latidos, los susurros, los pestañeos.
Contarte que no hay nada más bonito que verte bailar contra mi pecho despeinada, con una mirada intensa que desarma a mis miedos e inseguridades.
Porque eres mi primavera marchita y el humo que hace soñar con una noche de verano frente a la hoguera, los solos de violín entre las hojas doradas y la nevada más impetuosa en lo alto de la montaña.
Tirito a tu luz intermitente que se apaga y enciende con tus ideas, esperando que nunca el frío que portas me cale hasta los huesos más blindados.
Yo te espero como quien espera sin temor la muerte, tu me llegas como huracán que remueve cada una de mis entrañas.
Camino a tu lado cual silenciosa sombra y gimo tu aroma, enredado entre las hebras de mi pelo, aguardando a que quieras robarme una poquita de energía empezando por los besos más escandalosos en la calle.
Llévame a tus lugares preferidos, que ya me encargo yo de desentrañar los ocultos secretos y perdernos en el tiempo.
Ahora queda el recuerdo afrutado de tu cuerpo contra el mío, la espalda con surcos de queratina y el cuello a sangre descubierta. Ahora nos queda un cruce de caminos que se alejan y se pierden, que buscan encontrarse.
Dime, antes de que mañana sea demasiado tarde, que perdonas mi - a veces - acusada insensibilidad.
Vuélame, si lo estimas oportuno, un par de besos que huelan a despedida, para sentir de nuevo el miedo de no volver a ver unos ojos magos que me descongelan y apartan del laberinto.